La migración internacional es un fenómeno masivo: según la ONU, había alrededor de 304 millones de personas migrantes en 2024, una cifra que casi se ha duplicado desde 1990.Estas cifras muestran que movernos entre países ya no es excepcional, sino parte del tejido social del siglo XXI.
Chile no está al margen de esta tendencia. El Censo de 2024 reveló que 1.608.650 personas nacidas fuera del país residen aquí, lo que equivale al 8,8 % del total de la población. Este fenómeno representa un verdadero cambio: mientras en 1992 la cifra era apenas el 0,8 %, hoy se ha multiplicado por diez.
Este crecimiento ha sido especialmente notorio entre 2017 y 2024, periodo en que la población extranjera en Chile se duplicó. Su juventud aporta dinamismo a un país que envejece aceleradamente, pero también abre la urgencia de políticas inclusivas que respondan a su vulnerabilidad y potencial.
En muchos medios y discursos públicos, se repiten estereotipos crudos bajo la mirada inerte del Gobierno: inmigrantes vinculados a terrorismo, delitos organizados o amenazas sociales. Esta visión generaliza, deshumaniza y oculta las verdaderas causas del fenómeno migratorio.
La responsabilidad del Estado no es estigmatizar, sino proteger: inspeccionar a empleadores que explotan a migrantes, sancionar irregularidades y garantizar el debido proceso; y el deber de los medios, informar con la verdad sin generar odio, rechazo e inseguridad en la comunidad.
No se trata de rescatar un discurso favorable a la migración per se, sino de exigir políticas realistas, humanas y eficaces, que se comprometan con la integración social y el control ordenado.
Chile necesita migrantes trabajadores, jóvenes y activos, no porque seamos caritativos, sino porque lo exige la realidad demográfica y económica. Pero esa necesidad no debe traducirse en indiferencia o arbitrariedad. El desafío real es construir un sistema migratorio que combine control con humanidad, orden con justicia, legislación con ejecución eficiente.
Solo así podremos dejar de meter a todos en un mismo saco, y comenzar a reconocer detrás de la palabra “inmigrante” historias de esfuerzo, esperanza y aportes concretos a nuestra sociedad.